Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto.
La pregunta de dónde viene el bien y mal es una de las preguntas más difíciles y más fáciles, porque la Escritura nos dice bien claro de dónde viene el mal y quien es el bien en sí mismo, pero también reconocemos que esta pregunta tiene un carácter filosófico y una subjetividad bien grande para la mente del ser humano. Intento ahora presentarte lo que podemos entender acerca de lo revelado, recordando que en Deuteronomio 29:29 la Palabra de Dios nos dice: “ Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley”
Esta es tu pregunta:
¿Si no existiera el mal existiera el bien?
En Primer lugar el bien no existe porque el mal existe. El bien existe porque Dios existe y como Dios en todo su ser es bueno y misericordioso y no hay mal o engaño en su ser, no existía el mal cuando El existía en sí mismo; el mal entonces no fue creado y debe de verse desde el punto de vista del Señor. Como el mal es muy difícil de explicar te explicare desde el punto de vista de Dios y de lo revelado; esto quiere decir que el mal es buscar el bien lejos de Dios quien es el bien en sí mismo. Desde los orígenes, el hombre, seducido por el maligno escogió el mal. Buscó su bien en las criaturas «buenas para comer y seductoras a la vista» (Gen 3,6), pero fuera de la voluntad de Dios, lo cual es la esencia misma del pecado. En ello no halló sino los frutos amargos del sufrimiento y de la muerte (Gen 3,16-19). A consecuencia de su pecado se introdujo, pues, el mal en el mundo y luego proliferó. Cuando Dios mira a los hijos de Adán los halla tan malos que se arrepiente de haberlos hecho (Gen 6,5ss); no hay ni uno que haga el bien aquí en la tierra (Sal 14,1ss; Rom 3,10ss). Y el hombre hace la misma experiencia: se siente frustrado en sus deseos insaciables (Ecl 5,9ss; 6,7), impedido de gozar plenamente de los bienes de la tierra (Ecl 5,14; 11,2-6), incapaz hasta de «hacer el bien sin jamás pecar» (Ecl 7,20), pues el mal sale de su propio corazón (Gen 6,5; Sal 28,3; Jer 7, 24; Mt 15,19s). Está herido en su libertad (Rom 7,19), es esclavo del pecado (6,17); su razón misma está menoscabada: viciando el orden de las cosas, llama al bien mal y al mal bien (Is 5,20; Rom 1,21-25). Finalmente, hastiado y decepcionado, se hace cargo de que «todo es vanidad» (Ecl 1,2); experimenta duramente que «el mundo entero está en poder del maligno» (1Jn 5,19; cf. Jn 7,7). El mal, en efecto, no es una mera ausencia de bien, sino una fuerza positiva que esclaviza al hombre y corrompe el universo (Gen 3,17s). Dios no lo creó, pero ahora que ha aparecido, se opone a él. Comienza una guerra incesante, que durará tanto tiempo como la historia: para salvar al hombre, Dios todopoderoso deberá triunfar del mal y del maligno (Ez 38-39; Ap 12,7-17).
Es cierto que Dios había dado ya la ley, que era buena y estaba destinada a la vida (Rom 7,12ss); si practicaba el hombre los mandamientos, haría el bien y obtendría la vida eterna (Mt 19,16s). Pero esta ley era por sí misma ineficaz, en tanto no cambiara el corazón del hombre, prisionero del pecado. Querer el bien está al alcance del hombre, pero no realizarlo: “no hace el bien que quiere, sino el mal que no quiere” dice el apóstol pablo (Rom 7,18ss). La concupiscencia le arrastra como contra de su voluntad, y la ley, hecha para su bien, redunda finalmente en su mal (Rom 7,7. 12s; Gal 3,19). Esta lucha interior lo hace infinitamente desgraciado; ¿quién, pues, lo liberará? (Rom 7,14-24).
Sólo «Jesucristo Nuestro Señor» (Rom 7,25) puede atacar al mal en la raíz, triunfando de él en el corazón mismo del hombre (cf. Ez 36, 26s). Es el nuevo Adán (Rom 5,12-21), sin pecado (Jn 8,46), sobre el que Satán no tiene ningún poder. Se hizo obediente hasta la muerte de cruz (Flp 2,8), dio su vida a fin de que sus ovejas hallen pasto (Jn 10,9-18). Se hizo «maldición por nosotros a fin de que por la fe recibiéramos el Espíritu prometido» (Gal 3,13s).
Los frutos del espíritu. Así, renunciando Cristo a la vida y a los bienes terrenales (Heb 12,2) y enviándonos el Espíritu Santo, nos procuró las «buenas cosas» que debemos pedir al Padre (Mt 7,11; cf. Le 11,13). No se trata ya de los bienes materiales, como los que estaban prometidos en otro tiempo a los hebreos; son los «frutos del Espíritu» en nosotros (Gal 5,22-25). Ahora ya el hombre, transformado por la gracia, puede «hacer el bien» (Gal 6,9s); «hacer buenas obras» (Mt 5,16; ITim 6,18s; Tit 3,8.14), «vencer el mal por el bien» (Rom 12,21). Para hacerse capaz de estos nuevos bienes, debe pasar por el desasimiento, «vender sus bienes» y seguir a Cristo (Mt 19,21), «negarse a sí mismo y llevar su cruz con él» (Mt 10,38s; 16,24ss).
La victoria del bien sobre el mal. Escogiendo el cristiano vivir así con Cristo para obedecer a los impulsos del Espíritu Santo, se desolidariza de la opción de Adán. Así el mal moral queda verdaderamente vencido en él. Desde luego, sus consecuencias físicas y psicológicas permanecen mientras dura el mundo presente, pero el cristiano se gloría en sus tribulaciones, adquiriendo con ellas la paciencia (Rom 5,4), estimando que «los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria futura que se ha de revelar» (8,18). Así desde ahora está por la fe y la esperanza en posesión de las riquezas incorruptibles (Le 12. 33s) que se otorgan por mediación de Cristo «sumo sacerdote de los bienes venideros» (Heb 9,11; 10,1). Es sólo un comienzo, pues creer no es ver; pero la fe garantiza los bienes esperados (Heb 11,1), los de la 'patria mejor (Heb 11,16), los del mundo nuevo que Dios creará para sus elegidos (Ap 21,1ss)
Para terminar, es bueno hacernos preguntas como estas, esto habla de tu inquietud en las cosas divinas y sagradas de Dios, espero encuentres paz y felicidad solo en buscar tu bienestar en el Señor, en Jesucristo nuestro Salvador, solo en el podemos encontrar el bien ultimo y el bien último es glorificar su nombre; como dice la Biblia:
Efesios 1:
3Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,
4 según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él,
5 en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad,
6 para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado,
7 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia,
8 que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia,
9 dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo,
10 de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.
11 En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad,
12 a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo.
13 En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa,
14 que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.
Dios te bendiga
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Algunos argumentos fueron tomado de los libros: Teologia Sistematica de Garrett y Wayne Gruden, también de la página de apologética.
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